MODESTO LIBERALISMO DE RAWLS

Jesús Silva-Herzog Márquez ®

En 1961 Isaiah Berlin se preguntaba si existía todavía la teoría política. El historiador de las ideas pensaba que la disciplina que recoge la utopías de Platón, los consejos de Maquiavelo y los lamentos de Rousseau, estaba muriendo porque no había aparecido ninguna obra convincente de filosofía política en los tiempos recientes. Diez años después, John Rawls, con su Teoría de la justicia (publicada en español por el Fondo de Cultura Económica), revivía al muerto. Desde entonces no puede decirse que la teoría política sea un recuento de viejos libros; es un un terreno fresco y vivo. Fue Rawls, muerto la semana pasada a los 82 años, quien revivió las preguntas sobre la justicia, la libertad y el bien.

La contribución de Rawls fue un gran libro y un manojo de textos satelitales. Publicó Teoría de la justicia a los 50 años, luego de 20 de trabajo. Después guardó silencio, escuchó a sus críticos y reelaboró su teoría. El libro es precisamente una rigurosa meditación sobre los principios de la justicia. Recurriendo a la noción del contrato social, concibe un experimento en el cual los hombres, olvidando su condición económica, sus valores y preferencias negocian un estatuto de justicia. Rawls sugiere que pensemos en individuos cubiertos por un "velo de ignorancia", es decir, personas que no saben si son ricos o pobres, saludables o enfermos, heterosexuales u homosexuales, religiosos o ateos. ¿Cuáles serían las reglas que establecerían estos hombres para organizar una comunidad de justicia? De acuerdo con el esquema rawlsiano, estos individuos acordarían dos principios. El primero sería que todos deben tener una canasta igual de derechos y libertades. Todos deben tener el derecho de expresarse, moverse, votar o asociarse. El segundo principio es un imperativo de igualdad. Sólo son aceptables las desigualdades, si las ventajas de los sobresalientes están abiertas a todos y si benefician a los menos aventajados. Libertad e igualdad quedan aquí trenzados en la exigencia de justicia.

La justicia se convierte en el valor cardinal de las instituciones sociales. Una teoría científica debe desecharse si no recoge la verdad. Independientemente de que sea una teoría popular, debe ser reemplazada por aquella que retrate lo que es cierto. De la misma manera, una institución social pierde sentido si se demuestra su injusticia. Que sea una institución eficiente, que produzca bienes para muchos o la felicidad para la mayoría no son razones válidas para defenderla. La teoría de Rawls se levanta visiblemente frente al utilitarismo que calcula intereses y ordena el arreglo que proporcione la mayor felicidad para el mayor número. El rigor racional del utilitarismo podrá ser convincente pero tiene un defecto grave: no toma en serio los derechos. Bajo el ábaco utilitario, la esclavitud es justificable siempre y cuando garantice el provecho para la mayoría. Rawls protesta: el atropello de los derechos de uno anula cualquier cálculo de provechos ulteriores.

Rawls es una de las cúspides de la filosofía política del siglo XX. No es una de sus cumbres literarias. Su prosa es seca, fría, árida. Sus argumentos son tuercas duras que apenas permiten un paso lento de la lectura. Su atractivo se funda seguramente en esta aspereza rigurosa. Como muchos gigantes del pensamiento político, fue capaz de ofrecer una teoría que expulsa la historia y sus contingencias para presentar un molde de racionalidad universal. De ahí provienen también las limitaciones de una obra que no penetró jamás en las complejidades psicológicas de lo político. John Gray sugiere que Teoría de la justicia puede compararse con el Ensayo sobre la libertad de John Stuart Mill, como las dos cimas del pensamiento liberal. Pero el tratado de 1971 no ofrece, como lo hace la filosofía de Mill, una concepción del mundo, una versión de la historia, una noción del hombre. Frente a la ambición de Mill que ve en el liberalismo un camino para la felicidad, el liberalismo de Rawls es modesto, una simple plataforma para que cada individuo camine en la ruta de su propio ideal.

Rawls nació en 1921 y dedicó su vida a leer, a escribir y a enseñar. Vivió una vida austera, discreta, recluida en el monasterio de la academia. Isaiah Berlin lo describió como un puritano con un alto sombrero negro. No se encontrarán referencias autobiográficas en su obra. Rechazaba los homenajes y los trofeos académicos que ofrecían constantemente. Concedió solamente una entrevista. Porque creía que la influencia del filósofo en el mundo debía ser indirecta, no se involucró en los debates del día. Sabía bien que el filósofo que se vuelve publicista suele ser mal entendido. Quizá el único evento concreto que llegó a comentar en un artículo fue el bombardeo de Hiroshima. No se puede decir que su opinión fuera apresurada. Tuvieron que pasar 50 años para que Rawls decidiera escribir en la revista Dissent que los bombazos eran injustificables.

No perteneció al star system de la intelectualidad pero pocas obras han recibido la atención que desde su aparición ha merecido su Teoría. No me refiero solamente a los cientos de ediciones, a las traducciones al chino y al coreano, sino a la intensidad de la polémica que ha estimulado. Cerca de 5 mil libros se han publicado en todo el mundo para comentar, explicar o criticar las ideas de este libro. Su grandeza se muestra por la calidad de la crítica que engendró. Por un flanco recibió el embate libertario que veía en la propuesta de justicia de Rawls la muerte del mercado por la opresión de un Estado entrometido. Por el otro costado, Rawls fue criticado por los comunitaristas que creían que la propuesta de Rawls defendía los derechos de un hombre inexistente e ignoraba la cohesión de las comunidades que otorgan sentido a la existencia. Robert Nozick, uno de sus más agudos críticos dijo que su libro era "un tratado vigoroso, profundo, sutil, amplio, sistemático... una fuente de ideas esclarecedoras, integradas conjuntamente en un todo perfecto".

Hay una pista que sugiere el origen de su profunda preocupación por la justicia. Cuando era niño infectó a dos hermanos menores. Uno recibió difteria del hermano mayor, el otro neumonía. Ambos murieron. Los azares de la naturaleza habían marcado su vida con esa sombra. La sobrevivencia de John Rawls fue tan inmerecida como la muerte de sus hermanos. La suerte le dio a él poderes inmunológicos que sus hermanos no recibieron. Ahí está la raíz de su teoría de la justicia: a la política corresponde contrarrestar institucionalmente las arbitrarias contingencias de la vida. El liberalismo igualitario diseña el artificio que compensa las injusticias de ese sorteo de la naturaleza. Nadie es merecedor ni culpable del hogar en el que nace. Nadie merece la riqueza o la pobreza de sus padres. Las instituciones sociales deben corregir la arbitrariedad natural.

Tomado del periódico Reforma


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