Paul Kennedy ®
Es irónico pero no sorprendente. La mayor potencia del mundo enfrenta una crisis por
partida doble. La república "sin alianzas enmarañadas" de George Washington se
encuentra 200 años más tarde en conflicto a miles de kilómetros del suelo natal, con
Irak en primer lugar, y ahora con Norcorea.
Eso es lo que queda de la advertencia de no perseguir a demonios extranjeros. Sin
ninguna duda, podría ser peor. Históricamente, para un imperio internacional tener sólo
"dos" crisis o enemigos para enfrentar al mismo tiempo es una suerte de lujo; en
general, han sido tres o cuatro. Como lectura de Navidad, me zambullí en el último libro
de Henry Kamen, el espléndido "Spain's Road to Empire: The Making of a World Power
1492-1763".
España fue, después de todo, el primer imperio verdaderamente global del mundo.
Grecia, Roma, Persia y la China Ming fueron locales simplemente. Desde aproximadamente el
1500 en adelante, España ocupó la posición más poderosa de Europa, con posesiones en
Asia, Africa y América, y líneas de comunicación tanto a través del Pacífico como del
Atlántico. No hubo un equivalente hasta la emergencia del Imperio Británico en el siglo
XVIII o la hegemonía global norteamericana actual.
Pero el status dominante de España en los siglos XVI y XVII implicaba un hecho
político garantizado: tenía muchos enemigos y una multitud de obligaciones a miles de
kilómetros de las ciudades y aldeas de Castilla. Era el precio de la supremacía.
Históricamente, también, la mayoría de las potencias mundiales tienden, de manera
bastante curiosa, a asumir que los otros países y Estados aceptan su liderazgo benévolo
y desinteresado; y la elite imperial infiere por lo tanto que los pocos que no lo hacen
son rebeldes o potencias renegadas o miembros de algún eje del mal.
España no fue la excepción. Monarcas como Felipe II estaban convencidos de que
llevaban a cabo la obra de Dios en un mundo necesitado y fracturado; que la suya era una
misión de hacer campaña contra los poderes malvados: los rebeldes holandeses, los
protestantes ingleses, los siempre peligrosos otomanos.
Trescientos años después, la Inglaterra victoriana tenía su propia lista de
enemigos: los afrikaaners en Sudáfrica, el mahdi musulmán fundamentalista en Sudán, los
"boxers" xenófobos en China. No ha habido ninguna época en la historia en que
una potencia dominante no haya provocado envidia, miedo y repulsión.
La cuestión aquí no es qué pensaban las potencias imperiales del pasado de sus
contendientes regionales. Tampoco qué piensan en la actualidad la administración Bush y
el establishment de la política exterior norteamericana de Irak, Irán, Corea del Norte,
Yemen, Asia Central o Afganistán.
Una superpotencia extendida a nivel global está condenada a enfrentar numerosos
enemigos, desafíos y tensiones estratégicas, y más aún en este mundo anárquico y
competitivo de 190 naciones-estado. De todas maneras, muchos estadounidenses detestan
pensar que estos sentimientos podrían dirigirse contra su nación y presentan todo tipo
de razones para explicar por qué el dominio norteamericano contribuye al bien común, a
la prosperidad internacional y a la estabilidad.
Dilemas estratégicos
Sería fácil escribir toda una columna mostrando que Estados Unidos contribuye, menos
que en otro tiempo quizá, pero de manera significativa de todos modos, al bien de la
humanidad. Sin embargo eso también soslayaría la cruda realidad de que Estados Unidos
tiene muchos enemigos que ven el mundo a través de cristales muy diferentes.
Todo esto hace, pues, que el debate actual "¿Cuál es el mayor peligro para
la paz: Irak o Norcorea?" resulte bastante tonto. El ex secretario de Estado
Warren Christopher, junto con otros demócratas, afirmó que habría que poner a Irak en
"la hornalla de atrás" y que la administración Bush debería acordar una
prioridad mucho mayor a la amenaza nuclear norcoreana. En cambio, William Safire, el
editorialista conservador de The New York Times, exhorta a Estados Unidos a retirar
sustancialmente sus tropas de la península coreana y dejar que Corea del Sur, China y
Rusia se entiendan con el imposible régimen Pyongyang.
El quiere que el presidente ataque directamente a Irak. Y Karen Elliott House, la
cortés editora de The Wall Street Journal, escribe que si bien es muy peligroso enfrentar
a Corea del Norte porque ya es una potencia nuclear, debemos ocuparnos de Irak antes de
que también lo sea.
No quiero entrar en este debate de "¿Quién es el peor enemigo?", al menos
no ahora. Mi idea, repito, es que enfrentar estos dilemas estratégicos constituye la he
rencia natural de las Grandes Potencias.
En la España imperialista, al rey le aconsejaron que abandonara la campaña holandesa
para ser más fuerte contra los otomanos. También le aconsejaron que aumentara su fuerza
contra los holandeses antes de volcarse al problema de los otomanos.
Miremos al imperio británico entre mediados y fines de la década de 1930, cuando
enfrentó desafíos simultáneos de Japón, Italia y Alemania. Algunos políticos
británicos estaban a favor de apaciguar a Alemania y enfrentar a Japón. Otros veían a
Alemania como la mayor amenaza y querían sobornar a Italia.
En la actualidad, los historiadores conservadores de Estados Unidos abordan el debate
en términos simplistas, como si la cosa se hubiera dividido entre pacificadores y
patriotas. La realidad era mucho más compleja. Todos eran, más o menos reconciliadores
y duros. Pero, ¿cómo podía la potencia hegemónica apaciguar "algún
lugar" sin parecer débil?
Este es pues el desafío que enfrenta la administración Bush al descubrir que
concentrarse obstinadamente en Irak y el odioso Saddam Hussein se complica
considerablemente con la agresividad grotesca de Corea del Norte.
Y el problema es sumamente complicado precisamente porque el régimen de Kim Jong II ha
hecho todo, en términos de terrorismo nuclear, lo que la Casa Blanca cree pero
todavía no puede probar que Saddam piensa hacer.
Se plantea en este momento una amenaza militar doble ("¿vamos a sacar realmente
los grupos de portaaviones del Pacífico para enviarlos al Golfo?") así como el
desconcierto político de que, a los ojos del resto del mundo y de muchos norteamericanos,
el Estado malvado que el gobierno estadounidense quiere castigar en Oriente Medio resulta
de alguna manera menos nefasto y mucho menos nuclearizado que el país que
desea manejar diplomáticamente en el Lejano Oriente.
Pero, como dije al comienzo, esto de ninguna manera resulta sorprendente.
"Gobernar es elegir", dice el proverbio francés. Gobernar a nivel global, o
tratar de ejercer influencia en el mundo y frenar todas las amenazas objetivo puesto
de manifiesto en el documento de Estrategia sobre Seguridad Nacional de la administración
Bush de setiembre último es elegir mucho, una y otra vez.
Estas crisis tampoco marcarán el fin del malabarismo estratégico de Estados Unidos.
Aunque los asesores del Pentágono consideren que estas dos regiones tienen el mayor
significado militar en la actualidad, deben preocuparse por otras cuestiones además de
Bagdad y Pyongyang.
¿Les preocupa cuándo estallará el caos en Pakistán? ¿Si el régimen de Mubarak en
Egipto va a ser destituido? ¿Qué hacer con Arabia Saudita, conmocionada por la
agitación interna? Seguramente vendrán muchas cosas más, y por desgracia, también de
otras regiones. América latina está, salvo muy pocas excepciones, tambaleándose al
borde del colapso económico. La mitad de Africa sufre hambre.
Por supuesto, todas estas crisis no van a producirse juntas. Sería muy improbable.
Pero sería igualmente una locura suponer que Estados Unidos no va a enfrentar una
multitud de crisis y campañas en el exterior, como España en los años 1640 y Gran
Bretaña en la década de 1890. Y por extensión, sería poco prudente poner todos los
ahorros de la familia en la opción "aplastar a Irak" y dejar muy poco de
reserva excepto la diplomacia. De modo que el presidente y sus asesores deben asegurarse
de no poner demasiados huevos en una sola canasta.
¿Hay alguna forma de salir de este apuro, de este número de malabarismo estratégico global? No lo creo. Es una condición natural, el precio de ser el Número Uno. ¿Va a mejorar?; es decir, ¿será menos necesario que Estados Unidos se mueva en el campo? Lo dudo. Estados Unidos es el Titán del mundo, que todavía no está agotado pero ya sobrelleva la pesada carga de los problemas más apremiantes del globo. Quienes sostienen "primero Irak" o "primero Norcorea" en realidad se equivocan. Un imperio global tiene muchos puntos fuertes y recursos. Rara vez tiene el privilegio de elegir exactamente cuándo y dónde combatir a sus muchos rivales celosos.
Fuente: Diario el Clarín y New York Times.
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