Hace poco se dio un caso muy interesante en México, el de Santiago Yaveo, que es uno de los numerosísimos municipios de Oaxaca. Son tanto los municipios de ese estado que no creo que ningún alumno de primaria pueda graduarse allí si debe aprenderse los nombres de todos.
En fin, el caso es el siguiente. Por allí del año pasado hubo elecciones municipales en Oaxaca bajo reglas en las que predominaban los usos y costumbres locales, es decir, en pocas palabras, cada municipio hizo lo que quiso con las elecciones. Para darse cuenta del caso hay que ver que Oaxaca tiene cerca de 600 municipios y que en unos 400 de ellos las elecciones municipales están regidas por lo que adentro de ellos se decide: fechas, horas, formas de elección, anuncio de resultados, lo que a usted se le ocurra.
Eso del respeto a los usos y costumbres de cada municipio es, desde luego, una manera de decir que allí se puede hacer lo que sea, literalmente, aunque vaya en contra de las leyes federales. Por ejemplo, lo que sucedió en Santiago Yaveo fue simple. Hubo una reunión en la cabecera del municipio y allí se seleccionaron a los gobernantes municipales. El problema fue que a esa reunión no se invitó al resto de los poblados, rancherías y demás que también son parte del municipio.
¿Por qué no los invitaron? Adivine. Claro, porque los usos y costumbres del municipio indican que no se debe invitar a los que no viven en la cabecera. Más tarde, los inconformes hicieron eso, protestaron los resultados. El asunto llegó al Congreso y hasta la Suprema Corte, con el resultado razonable de declarar esas elecciones nulas debido a la discriminación ilegal hecha contra los que no fueron invitados a la reunión en la cabecera.
Y ahora, desde luego, hay un conflicto. Los que hicieron la reunión contra los que no fueron invitados, todo con amenazas de violencia y protestas fuertes.
Esto es admirable y natural que suceda en un país como el nuestro, especialmente en un estado como Oaxaca. Quizá pueda ser visto el asunto como una confrontación entre lo moderno y lo tradicional, siendo lo moderno ese concepto de igualdad humana y lo tradicional lo de las costumbres locales ancestrales que ignoran la noción de igualdad entre las personas.
Más aún, el asunto revela al menos dos aspectos muy interesantes. Uno es el de la ley como expresión formal de los usos y costumbres de la población. Mal hace la ley que va en contra de las tradiciones de una sociedad y que pretende regular a las personas bajo conceptos ajenos a sus mentalidades. Una ley así está destinada al fracaso y a la generación de delitos y situaciones extralegales. Pero, por otro lado, el dilema es obvio y plantea la situación de si deben respetarse modos y prácticas arraigadas que violan principios fundamentales de la ley. La respuesta claramente es negativa.
Crear áreas de vacío legal dentro de un país es inconcebible para la unión y la estabilidad del mismo. Es totalmente razonable la decisión de la Suprema Corte al declarar que hubo discriminación en contra de quienes no participaron en la elección de sus gobernantes y ella debe ser respetada e implantada. De eso no hay duda, pero, repito, lo fascinante de ver es eso, el contraste entre lo viejo y lo moderno, entre lo atávico y lo nuevo. No es un asunto fácil. Lo padecemos en realidad todos los mexicanos, para quienes esta nueva democracia es algo muy diferente a los usos y costumbres del sistema anterior.
Mi punto en ese sentido es que todo en México tiene mucho de lo que sucede en Santiago Yaveo, un municipio al que podemos ver como pintoresco. Pero en el resto de la nación algo similar sucede también: lo tradicional mexicano en su política lucha contra el avance de lo más moderno. Por eso hay conflictos en la emisión de las necesarias reformas de la energía, de la legislación laboral y demás. Quienes se oponen a ellas no son muy diferentes a los caciques de Santiago Yaveo que quieren mantener a toda costa eso que llaman usos y costumbres.
El otro aspecto es obvio. ¿Quién en su sano juicio establecería una empresa en ese municipio sabiendo que allí no hay una ley objetiva y que un puñado de personas pueden reunirse y hacer todo lo que ellas decidan hacer sin respeto a las leyes del país? Y sin empresas no hay progreso, ni remedio a la miseria.
Tomado del periódico El noroeste
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