Hugo Hiriart ®
Una persona o un pueblo no pueden comprenderse a sí mismos sin establecer su origen. ¿De dónde vengo? ¿De qué? ¿De dónde salí? ¿Cómo llegué a ser lo que soy?, en suma, ¿cuál es mi origen? Son preguntas que tienen que responderse, sin ellas nuestra identidad no está completa, esto es, no sabemos quiénes somos.Ahora, las respuestas a esta pregunta tienden a ser muy curiosas, en este sentido: no importa en ellas tanto la verdad como la capacidad explicativa. Es necesario que dé razón articulada y satisfactoria (esto es, congruente con la imagen que queremos tener de nosotros mismos) de quienes somos. Y si esta explicación es o no verdadera, es lo de menos, nadie piensa en eso, basta con que sea congruente.
Por eso (porque curiosamente no importa y se da por hecho, su verdad), tanto los pueblos como las personas sustentan su identidad en leyendas fantasiosas que ellos mismos crean.
Le oí decir a López Austin, por ejemplo, que en el mundo precortesiano, cuando se daba el caso que un pueblo derrotara a otro, lo primero que hacía el vencedor era destruirle al vencido los códices donde se asentaban sus orígenes. Esto equivalía a aniquilar al vencido de manera casi absoluta, metafísica: el pueblo vencido, amnésico, perdida la memoria legendaria de su origen, dejaba por completo de existir, se volvía nada. Desgracia temporal ésta de volverse nada, inventando otra nueva, si ese era su deseo. Porque no se trata de hallar una verdad, sino contar una historia articulada, satisfactoria y congruente que dé razón de su origen. Si eso que se cuenta es verdad o no verdad, no tiene ninguna importancia, a nadie se le ocurre reparar en ese detalle.
Sigue sucediendo lo mismo. A ti te cuentan que cierta señora y cierto señor son tus padres, y lo crees de inmediato, no sientes absolutamente ninguna necesidad de verificar la información. El dato te funciona bien, operas con él. Con eso basta. Nos dicen que los aztecas peregrinaron de Aztlán hacia el Valle de México y que ahí encontraron un águila devorando a una serpiente sobre un nopal, signo buscado que indicaba que habían llegado a su destino y ahí debían quedarse a vivir. Muy bien, ¿pero es eso cierto? El punto está en que no se nos ocurre siquiera preguntarlo: la leyenda es buena, pintoresca (Borges se quejó alguna vez diciendo que la imagen del animal devorando a la culebra era más bien desagradable), sirve, funciona, ¿para qué molestarnos, entonces, averiguando si es verdadera?
La leyenda fundadora de Estados Unidos es ésta: los padres fundadores, los puritanos del Mayflower (Flor de Mayo, curioso el nombre para un barco), vinieron a América huyendo de la persecución religiosa en la anglicana Inglaterra, esto es, en busca de libertad. Y eso establecieron desde entonces, el país de la libertad. Esa es la leyenda. Paz, por ejemplo, la repite cuando describe las diferencias entre México y Estados Unidos: los españoles llegaron a América con ánimo de cerrar, de obturar toda creencia que se desviara de la ortodoxia católica, usando la violencia si era preciso, y ahí estaba el Tribunal de la Inquisición (pensar que le llamaban "santa", santo oficio, a esa horrenda institución) para hacerse obedecer. Los puritanos, en cambio, llegaron a América para escapar de la opresión, abriendo el país a la libertad.
Gore Vidal niega la leyenda fundacional americana en términos enérgicos: los puritanos del Mayflower no vinieron a América perseguidos por sus creencias y prácticas religiosas. Nadie los perseguía. Vinieron a América porque se les prohibía a ellos "perseguir a otros" por sus creencias y prácticas no puritanas. Primero fueron a Holanda, esa sí, tierra de tolerancia y libertad, donde, pese a todo, no se les permitió ejercer su celo persecutorio. Así que sólo les quedó América, tierra desolada, salvaje y sin ley. Y hacia acá tuvieron que peregrinar para fundar ese estado cuasi teocrático, fundamentalista puritano, en extremo intolerante, que anhelaban.
Y algo queda del viejo sueño puritano. Por ejemplo: en 21 estados de la Unión todavía es criminal offense, esto es, delito, que dos adultos no casados hagan el amor o, como dice la ley, incidan en "fornicación". El fundamentalismo se expresa, muchas veces, elevando a leyes opiniones morales o religiosas (generalmente discutibles). También, al parecer, en algunos estados es delito hacer el amor, aun entre casados, en domingo. Puedes ir a la cárcel por eso. Es letra muerta, dirás. Sí, pero es letra de la ley.
Sí, es verdad, vivimos de cuentos, vivimos de leyendas que nos contamos nosotros a nosotros mismos.
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