Jesús Silva-Herzog Márquez ®
En su reciente informe ante el Congreso norteamericano, el presidente Bush desplegó
sus orgullos en la lucha contra el terrorismo. Según su recuento, cerca de 3 mil
terroristas enfrentan acusaciones en los tribunales. "Y muchos otros -agregó
enfáticamente Bush- han encontrado otra suerte". No dijo cuál era su condición
pero fue bastante claro. "Pongámoslo de esta manera: ya no son un problema para los
Estados Unidos". Así, en el acto más solemne del calendario político de los
Estados Unidos, el jefe del gobierno defiende con insinuaciones valentonas el
aniquilamiento de sus enemigos. La celebración de Bush enmarca los aprietos de su
política. Si por una parte se combate el terrorismo con las armas de la ley (los
sospechosos que son formalmente acusados), por la otra se les elimina como en el viejo
oeste. Entre esas acciones se encuentra atrapada la administración norteamericana. Por un
lado juega a seguir los caminos de la comunidad internacional, pero por el otro asume su
derecho a hacer lo que le plazca.
El anticipo de esa contradicción está en el documento sobre seguridad nacional que el
gobierno de Bush publicó en septiembre pasado. En aquel texto se encuentra una apuesta
por el unilateralismo que se enfila hacia la colisión con la comunidad internacional y su
búsqueda de normas. Unilateralismo quizá es un término demasiado suave para la
doctrina. Imperialismo puede ser una denominación más justa. La doctrina regresiva de
Bush viola flagrantemente los principios de la Carta de las Naciones Unidas y apuntaría
hacia el caos mundial si esas nociones fueran adoptadas por otros países. La nueva
filosofía de seguridad nacional parte de la idea de una misión que la providencia ha
entregado a los Estados Unidos. Si Estados Unidos es el campeón de los derechos humanos
en el mundo y los derechos humanos son patrimonio de toda la humanidad; los enemigos de
Estados Unidos son enemigos del mundo. En consecuencia, Estados Unidos está justificado a
hacer cualquier cosa para someter a los malvados.
La segunda sección de aquel documento evoca el compromiso histórico de los Estados
Unidos con los derechos humanos. Nosotros defendemos los derechos humanos -sostiene el
texto oficial- porque esos principios son "verdaderos y válidos para todos los
pueblos del mundo". Puede coincidirse con esa afirmación: los derechos humanos no
pueden someterse al condicionamiento de culturas opresivas. Pero el salto que dan los
apóstoles de la nueva doctrina es lógicamente insostenible. Hay un abismo entre que yo
sostenga, en efecto, que los derechos humanos tienen un valor universal y argumentar que
tengo el derecho de imponerlos en todo el mundo, de la manera que a mí se me ocurre.
A la luz de esa doctrina, apostar al camino del internacionalismo fue un error. El derecho
internacional ata a procedimientos y reglas que importunan al misionero. Ahora los Estados
Unidos se encuentran atrapados entre su documento imperial y su acercamiento al Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas. Estaba anunciado en su doctrina septembrina. Ahí está
inscrito con toda claridad: "no dudaremos en actuar solos". En defensa de la
humanidad, por supuesto, los Estados Unidos irán con Naciones Unidas, si Naciones Unidas
quiere treparse a su lomo. De lo contrario, caminarán en solitario. Ese es el aprieto del
día. La administración Bush recurrió al órgano mundial como instancia de legitimación
de una decisión previamente tomada, pero no se compromete con la maduración plena del
ciclo de la institucionalidad internacional. El tiempo corre y la oposición a la guerra
crece. Por ello la aparición del secretario de Estado Powell resultó tan desesperada y
tan anticlimática. Quiso detonar una bomba en la sede del Consejo de Seguridad de la ONU
presentando pruebas irrefutables de la conexión entre el gobierno iraquí y el terrorismo
de Al-Qaeda y sopló una bomba de jabón. Jaló del hilo más delgado en el argumento de
los Estados Unidos: la conexión del eje de la maldad no parece nada claro: ¿cómo se
vincula un déspota secular como Saddam Hussein con el terrorismo fundamentalista de Osama
bin Laden? ¿Cómo se entiende ese enlace cuando el propio dictador ha reprimido
ferozmente la política fundamentalista en su propio territorio?
No quiero decir que la causa contra la dictadura iraquí sea solamente obsesión del
imperio. Parece claro que es una causa internacional. Y por eso mismo son las instancias
que el mundo ha construido las que deben orientar la respuesta colectiva. El veredicto del
inspector Blix es una denuncia devastadora de la actitud del régimen iraquí. El gobierno
de Hussein no ha cooperado, se ha negado a entregar una lista completa de su armamento, ha
cerrado las puertas a la inspección de enormes espacios, no ha permitido entrevistas con
sus científicos; ha escondido documentación crucial y ha movilizado a su población para
intimidar a los inspectores. En pocas palabras, el gobierno de Iraq, según el reporte de
los inspectores de la ONU, "no ha aceptado genuinamente el desarme que se la ha
exigido".
El reporte de los inspectores, pues, no es un documento tibio. Es una enérgica condena
del gobierno iraquí. Lo que solicita es tiempo. Pero al parecer, la paciencia del
gobierno de Bush se ha agotado. Por lo que puede respirarse, la guerra parece inminente.
Pero, ¿es necesaria? ¿Es justificable? El gobierno norteamericano justifica su impulso
belicoso con la noción de que el dictador de Iraq es un loco que tiene armas de
destrucción masiva y que podría atacar a los Estados Unidos en cualquier momento. Lo
importante de esa noción es la primera parte: la convicción de que se trata de un
demente. Es por eso que podría lanzarse (como los terroristas suicidas) en contra de su
enemigo americano. En el fondo, todo cuelga del diagnóstico psicológico del dictador.
Pero el despotismo de Hussein no parece ser, en lo más mínimo, irracional. Es coherente
y, de hecho, muy similar al de muchos aliados de los Estados Unidos en la región. Por
eso, la guerra no es la única salida; una intensa contención internacional tendría
probabilidades de funcionar.
El sistema de reglas, órganos y principios de la comunidad internacional debe ser
fortalecido. Por eso el ninguneo de los déspotas es tan grave como el avasallamiento del
imperio. Sería lamentable que la ONU fuera exhibida como instancia del parloteo
diplomático sin capacidad para hacer cumplir sus resoluciones. Por ello, al tiempo que es
rechazable una guerra unilateral de los Estados Unidos (con todo y sus subalternos), no me
parece rechazable toda guerra, como ha sostenido el canciller alemán. Habrá que darle
tiempo a las inspecciones de Naciones Unidas y esperar su reporte definitivo. Habría
buenas razones para defender el uso de la fuerza si el Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas lo ordena. No se trataría de una guerra para imponer un cambio de régimen en Iraq
y librar al mundo de un loco peligroso, sino un acto para fortalecer el derecho
internacional.
Tomado del periódico Reforma
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