En verdad, casi todos nuestros discursos y hechos son en vano, lo cual nos hace torpes y superfluos
- Marco Aurelio (Meditaciones)
El artículo ideal es un híbrido entre
ensayo literario y retórica.
El ensayo busca transmitir información de
forma sintética y concreta, mientras que la retórica trata de persuadir. Si ambos se
combinan en un mismo escrito, entonces el resultado será el mejor posible
Por lo
tanto, hay que conocer ambas manifestaciones artísticas para elaborar un buen artículo.
Las dos primeras partes de este trabajo se
refieren al ensayo: esta primera parte habla de la escritura en sí, mientras que la
segunda presenta algunos recursos estilísticos que pueden ser de ayuda para el escritor.
La retórica es el tema de la tercera parte.
El escritor principiante debe arrancar del
siguiente principio: escribir es difícil, por lo menos las primeras veces. Implica
concentración, dedicación, tolerancia a la frustración, disciplina
muchas
cualidades que no están al alcance de cualquiera.
Escribir es difícil porque se practica
poco. Pocas personas leen, pero aún menos escriben. Escribir es un arte, es una habilidad
que se debe ejercitar para no perder. Recomendación: hay que escribir regularmente,
fijándose un horario estricto y apegándose a él.
Escribir es difícil porque no es parte de
la enseñanza académica tradicional. Se da por supuesto que cualquiera puede hacerlo y
que todos pueden aprenderlo por sí mismos. En la escuela se memoriza, se aprende a
resolver exámenes, pero no se enseña a articular y estructurar el pensamiento, ni a
expresarlo de una forma lógica a través de un trabajo escrito. Importa mucho lo que se
dice en una tesis profesional, pero importa poco cómo se dice.
Escribir es difícil porque la
autocrítica es devastadora. El remedio: dejar la autocrítica para la fase final, para la
revisión y la reescritura, no antes.
Escribir es difícil porque nos hemos
acostumbrado a lo fácil, a lo rápido, a lo instantáneo. La escritura es más una labor
artesanal que un arranque artístico. Hay que trabajar una y otra vez sobre el texto,
pulirlo hasta que diga lo que tenga que decir. Implica más dedicación que
inspiración.
Escribir es difícil porque requiere
paciencia. Entre la idea original y la redacción, hay (debe haber) una brecha temporal,
un tiempo de incubación: los días pasan y la idea va creciendo en el interior de la
mente. Cuando la idea está suficientemente madura, sale a la luz. Recomendación: no
tratar de escribir cuando las ideas no están claras todavía. Se puede escribir acerca de
otro tema, o investigar, leer, pensar, armar la estructura del texto, etc.
Escribir es difícil porque es un trabajo
dinámico. Mientras escribimos, van saliendo a la luz nuevas ideas que no habíamos
contemplando en un principio. Hay que ser lo suficientemente flexibles como para irlas
incorporando, pero no tanto como para permitir que el texto se vaya por otro camino. Es un
equilibrio delicado entre disciplina y apertura. El remedio: escribir todo de un
tirón, como salga. Luego releer con calma, eliminando lo superfluo y reacomodando
todo, nutriéndose de las nuevas ideas.
Escribir es difícil porque se nos olvida
que no escribimos para nosotros solos: el mensaje solo funciona si llega a un lector, que
lo decodifica e interpreta: si el receptor se traba con el texto, o no lo entiende y lo
abandona, entonces el objetivo del trabajo (y el mensaje) se pierde.
Hay que partir siempre de un respeto por
el lector, empleando un lenguaje común, de uso universal, no un lenguaje privado de grupo
o clan y menos uno de uso personal. Así pues, el texto debe ser lo suficientemente claro
y explícito para entregar el mensaje.
Para escribir bien, hay que usar el
lenguaje con propiedad y elegancia, con el fin de transmitir lo que queremos transmitir:
ni un poco más, ni un poco menos, sino con total precisión. El escritor debe colocarse
en el lugar del lector y adelantarse a sus necesidades e inquietudes, respondiendo sus
dudas por anticipado. Por tanto, el texto es un camino, con una entrada y una salida: el
autor debe trabajar en todos los puntos del recorrido, para dejarlos tersos y
permitir una lectura fluida.
II. Antes de escribir
Un buen artículo no surge por el mero
deseo de escribir ni es obra del simple voluntarismo: su creación es consecuencia de un
proceso que se debe seguir escrupulosamente.
En primer lugar, hay que tener muy clara
la intención del texto. Sin la definición del propósito u objetivo, lo escrito deriva
entre varios temas, cambia constantemente de foco y entonces se diluye. ¿Queremos
exponer, enumerar, detallar? ¿Intentamos describir algo, o exponer un tema y plantear
nuestro punto de vista? ¿Vamos a hablar de un solo tema o abordaremos varios? Y si son
varios, ¿tienen relación lógica entre sí? ¿Se necesitará un trabajo o varios? Todo
debe quedar claro en la mente del autor, para darle el enfoque adecuado al texto. Todos
los demás pasos dependen de este: si no queda claro, el texto presentará problemas y
habrá que replantearse el propósito del trabajo, tarde o temprano.
En segundo lugar, hay que formular una
hipótesis, una idea que se debe mantener a lo largo del texto, y que se sustentará o
contrastará con otras ideas. La hipótesis puede ser un aspecto nuevo de un tema, o uno
poco destacado o mencionado por otros autores. Lo deseable es que contenga por lo menos un
elemento original, que esté respaldado por evidencias y que no sea una simple copia o
repetición de otros autores. La hipótesis puede ser mencionada explícitamente o no en
el texto, pero el autor la debe tener claramente identificada.
Ya con el objetivo y con la hipótesis en
mente, se procede con la tercera fase, que es investigar el tema que se pretende abordar.
Las fuentes suelen ser libros, revistas, internet
El propósito es conocer otros
puntos de vista, antecedentes, ideas nuevas, posturas que apoyen la hipótesis propia o la
rechacen. Se busca tener un conocimiento más amplio del tema.
Es indispensable mantener siempre el foco
en la hipótesis propia: los otros puntos de vista son importantes, pero no deben
desplazar el nuestro. Los demás autores son falibles también, y aún los planteamientos
de los expertos más reconocidos pueden ser puestos en duda y contrastados con otros
planteamientos: no hay que tener miedo de exponer ideas nuevas o irreverentes, siempre y
cuando estén sustentadas con evidencias.
Luego, viene la cuarta fase, la más
compleja, pero que debe ser facilitada por lo hasta aquí expuesto: escribir.
III. Redacción.
No hay una receta universal de cómo
estructurar un texto. Lo que sí se conoce es lo que hace un lector típico: lee el
principio, decide si le interesa o no el escrito, continúa leyendo y, si no se aburre o
cansa, espera encontrar al final una conclusión. Por tanto, lo ideal sería que el texto
que escribamos se amolde a este proceso de lectura. Ignorarlo, o pretender cambiarlo, es
arriesgarse a que el lector abandone el texto.
Si nos proponemos respetar este esquema,
entonces debemos captar la atención del lector desde un principio. Esto se logra con una
entrada fuerte, una oración simple que sea impactante pero clara y que establezca la
intención de todo el escrito. Muchas veces, se empieza con una cita que tiene relación
con el tema central. Tal recurso se denomina epígrafe. Con cualesquiera de
estas técnicas, buscamos enganchar al lector para que siga leyendo.
Inmediatamente después, hay que exponer
la hipótesis que motiva todo el texto. Esta será la columna vertebral del escrito.
Luego, se puede explicar el plan general
del texto, es decir: el orden que se seguirá en el desarrollo subsiguiente. Aquí es
cuando el lector decide si continúa leyendo o no. Si sigue avanzando, esta parte sirve
para irlo preparando mentalmente para que reciba las ideas que le iremos
presentando.
A continuación se presentan todos los
argumentos relacionados con la hipótesis o idea central. Aquí se despliega todo el
arsenal de información que recopilamos en la fase de investigación. Advertencia: si
comenzamos el texto directamente con todos estos datos y antecedentes, abrumamos al lector
que termina desinteresándose. Por eso hay que prepararlo antes y captar su atención.
Se puede trabajar por bloques predefinidos
para llevar a la práctica lo hasta aquí mencionado. Los bloques son un armazón, un
esqueleto en donde se va colgando el texto. El escrito se va armando poco a poco, en
pedazos. El que sabe escribir oculta las costuras para que no se noten.
Trabajar por bloques tiene dos grandes
ventajas: orienta a quien redacta y permite una redacción suave y tersa, Los bloques
deben exponer elementos semejantes entre sí, de modo que un bloque introduzca al otro de
manera natural.
Si hay una discontinuidad lógica entre
dos párrafos, hay que suavizar la transición entre ellos mediante un
párrafo que sirva de nexo, es decir, que establezca una conexión lógica entre ambos.
Luego, arribamos a la conclusión.
El lector recuerda más lo que está al
final del texto. Por eso, hay que esmerarse mucho en dejar una impresión perdurable en el
lector.
La conclusión debe ser una continuación
lógica y natural, no forzada, de todo el desarrollo
anterior. Cuando lleguemos a este punto, debemos verificar y volver a verificar que las
inquietudes despertadas en la entrada se hayan respondido. Si no lo fueron, debemos
adecuar las conclusiones, ampliar el desarrollo o modificar la entrada. También puede
ocurrir que no sea necesaria una conclusión como tal, sino que la exposición misma de
los argumentos responda a esa pregunta inicial.
Así pues, el ensayo es una respuesta a
una pregunta que él mismo plantea. Lo menos que se puede esperar es que sea lógico,
respondiendo a la pregunta que le dio origen.
Muchos textos terminan aquí, con la
conclusión o recapitulación. Algunos tienen una parte más: una salida que deje sembrada
una nueva pregunta en el lector, que apunte hacia nuevos trabajos o ideas, o que lo
inviten a la acción para que aplique lo leído.
IV. Revisión y reescritura.
Lo primero es escribir. Lo segundo es
depurar el texto.
Es casi imposible que un texto quede listo
a la primera. Normalmente hay que revisarlo: el autor debe releer el texto
como si fuera lector. Luego lo corrige transformándose en escritor, luego pasa a ser nuevamente lector, etc.
Así, se pueden escribir varias versiones.
En ocasiones, se rescriben algunas partes (o todas), se hace cambios, ampliaciones,
supresiones, etc. Hay que tener el valor de borrar fragmentos que parecían adecuados al
principio pero que ahora ya no lo son.
Lo escrito nos transforma: no siempre es
lo que pensamos escribir, sino que fue cobrando su propia vida mientras lo redactábamos y
corregíamos.
Paradójicamente, los textos que
escribimos también nos escriben a nosotros, nos transforman. Somos otros tras escribir:
el proceso nos cambia y nos hace crecer.
Finalmente, la última palabra no la dice quien escribe, sino quien lee o escucha el texto.
Es cuanto.
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