LA ESCRITURA (I)

Sergio García Guzmán ®

 

“En verdad, casi todos nuestros discursos y hechos son en vano, lo cual nos hace torpes y superfluos”

- Marco Aurelio (Meditaciones)

El artículo ideal es un híbrido entre ensayo literario y retórica.   

El ensayo busca transmitir información de forma sintética y concreta, mientras que la retórica trata de persuadir. Si ambos se combinan en un mismo escrito, entonces el resultado será el mejor posible… Por lo tanto, hay que conocer ambas manifestaciones artísticas para elaborar un buen artículo.  

Las dos primeras partes de este trabajo se refieren al ensayo: esta primera parte habla de la escritura en sí, mientras que la segunda presenta algunos recursos estilísticos que pueden ser de ayuda para el escritor. La retórica es el tema de la tercera parte. 

I. Generalidades 

El escritor principiante debe arrancar del siguiente principio: escribir es difícil, por lo menos las primeras veces. Implica concentración, dedicación, tolerancia a la frustración, disciplina… muchas cualidades que no están al alcance de cualquiera.  

Escribir es difícil porque se practica poco. Pocas personas leen, pero aún menos escriben. Escribir es un arte, es una habilidad que se debe ejercitar para no perder. Recomendación: hay que escribir regularmente, fijándose un horario estricto y apegándose a él. 

Escribir es difícil porque no es parte de la enseñanza académica tradicional. Se da por supuesto que cualquiera puede hacerlo y que todos pueden aprenderlo por sí mismos. En la escuela se memoriza, se aprende a resolver exámenes, pero no se enseña a articular y estructurar el pensamiento, ni a expresarlo de una forma lógica a través de un trabajo escrito. Importa mucho lo que se dice en una tesis profesional, pero importa poco cómo se dice.  

Escribir es difícil porque la autocrítica es devastadora. El remedio: dejar la autocrítica para la fase final, para la revisión y la reescritura, no antes. 

Escribir es difícil porque nos hemos acostumbrado a lo fácil, a lo rápido, a lo instantáneo. La escritura es más una labor artesanal que un arranque artístico. Hay que trabajar una y otra vez sobre el texto, pulirlo hasta que diga lo que tenga que decir. Implica más dedicación que inspiración. 

Escribir es difícil porque requiere paciencia. Entre la idea original y la redacción, hay (debe haber) una brecha temporal, un tiempo de incubación: los días pasan y la idea va creciendo en el interior de la mente. Cuando la idea está suficientemente madura, sale a la luz. Recomendación: no tratar de escribir cuando las ideas no están claras todavía. Se puede escribir acerca de otro tema, o investigar, leer, pensar, armar la estructura del texto, etc.  

Escribir es difícil porque es un trabajo dinámico. Mientras escribimos, van saliendo a la luz nuevas ideas que no habíamos contemplando en un principio. Hay que ser lo suficientemente flexibles como para irlas incorporando, pero no tanto como para permitir que el texto se vaya por otro camino. Es un equilibrio delicado entre disciplina y apertura. El remedio: escribir todo “de un tirón”, como salga. Luego releer con calma, eliminando lo superfluo y reacomodando todo, nutriéndose de las nuevas ideas. 

Escribir es difícil porque se nos olvida que no escribimos para nosotros solos: el mensaje solo funciona si llega a un lector, que lo decodifica e interpreta: si el receptor se traba con el texto, o no lo entiende y lo abandona, entonces el objetivo del trabajo (y el mensaje) se pierde. 

Hay que partir siempre de un respeto por el lector, empleando un lenguaje común, de uso universal, no un lenguaje privado de grupo o clan y menos uno de uso personal. Así pues, el texto debe ser lo suficientemente claro y explícito para entregar el mensaje.  

Para escribir bien, hay que usar el lenguaje con propiedad y elegancia, con el fin de transmitir lo que queremos transmitir: ni un poco más, ni un poco menos, sino con total precisión. El escritor debe colocarse en el lugar del lector y adelantarse a sus necesidades e inquietudes, respondiendo sus dudas por anticipado. Por tanto, el texto es un camino, con una entrada y una salida: el autor debe trabajar en todos los puntos del recorrido, para dejarlos “tersos” y permitir una lectura fluida.  

II. Antes de escribir 

Un buen artículo no surge por el mero deseo de escribir ni es obra del simple voluntarismo: su creación es consecuencia de un proceso que se debe seguir escrupulosamente.  

En primer lugar, hay que tener muy clara la intención del texto. Sin la definición del propósito u objetivo, lo escrito deriva entre varios temas, cambia constantemente de foco y entonces se diluye. ¿Queremos exponer, enumerar, detallar? ¿Intentamos describir algo, o exponer un tema y plantear nuestro punto de vista? ¿Vamos a hablar de un solo tema o abordaremos varios? Y si son varios, ¿tienen relación lógica entre sí? ¿Se necesitará un trabajo o varios? Todo debe quedar claro en la mente del autor, para darle el enfoque adecuado al texto. Todos los demás pasos dependen de este: si no queda claro, el texto presentará problemas y habrá que replantearse el propósito del trabajo, tarde o temprano. 

En segundo lugar, hay que formular una hipótesis, una idea que se debe mantener a lo largo del texto, y que se sustentará o contrastará con otras ideas. La hipótesis puede ser un aspecto nuevo de un tema, o uno poco destacado o mencionado por otros autores. Lo deseable es que contenga por lo menos un elemento original, que esté respaldado por evidencias y que no sea una simple copia o repetición de otros autores. La hipótesis puede ser mencionada explícitamente o no en el texto, pero el autor la debe tener claramente identificada. 

Ya con el objetivo y con la hipótesis en mente, se procede con la tercera fase, que es investigar el tema que se pretende abordar. Las fuentes suelen ser libros, revistas, internet… El propósito es conocer otros puntos de vista, antecedentes, ideas nuevas, posturas que apoyen la hipótesis propia o la rechacen. Se busca tener un conocimiento más amplio del tema.  

Es indispensable mantener siempre el foco en la hipótesis propia: los otros puntos de vista son importantes, pero no deben desplazar el nuestro. Los demás autores son falibles también, y aún los planteamientos de los expertos más reconocidos pueden ser puestos en duda y contrastados con otros planteamientos: no hay que tener miedo de exponer ideas nuevas o irreverentes, siempre y cuando estén sustentadas con evidencias. 

Luego, viene la cuarta fase, la más compleja, pero que debe ser facilitada por lo hasta aquí expuesto: escribir. 

III. Redacción. 

No hay una receta universal de cómo estructurar un texto. Lo que sí se conoce es lo que hace un lector típico: lee el principio, decide si le interesa o no el escrito, continúa leyendo y, si no se aburre o cansa, espera encontrar al final una conclusión. Por tanto, lo ideal sería que el texto que escribamos se amolde a este proceso de lectura. Ignorarlo, o pretender cambiarlo, es arriesgarse a que el lector abandone el texto. 

Si nos proponemos respetar este esquema, entonces debemos captar la atención del lector desde un principio. Esto se logra con una entrada fuerte, una oración simple que sea impactante pero clara y que establezca la intención de todo el escrito. Muchas veces, se empieza con una cita que tiene relación con el tema central. Tal recurso se denomina “epígrafe”. Con cualesquiera de estas técnicas, buscamos “enganchar” al lector para que siga leyendo. 

Inmediatamente después, hay que exponer la hipótesis que motiva todo el texto. Esta será la columna vertebral del escrito.  

Luego, se puede explicar el plan general del texto, es decir: el orden que se seguirá en el desarrollo subsiguiente. Aquí es cuando el lector decide si continúa leyendo o no. Si sigue avanzando, esta parte sirve para irlo preparando mentalmente para que reciba las ideas que le iremos presentando. 

A continuación se presentan todos los argumentos relacionados con la hipótesis o idea central. Aquí se despliega todo el arsenal de información que recopilamos en la fase de investigación. Advertencia: si comenzamos el texto directamente con todos estos datos y antecedentes, abrumamos al lector que termina desinteresándose. Por eso hay que prepararlo antes y captar su atención.  

Se puede trabajar por bloques predefinidos para llevar a la práctica lo hasta aquí mencionado. Los bloques son un armazón, un esqueleto en donde se va colgando el texto. El escrito se va armando poco a poco, en pedazos. El que sabe escribir oculta las costuras para que no se noten. 

Trabajar por bloques tiene dos grandes ventajas: orienta a quien redacta y permite una redacción suave y tersa, Los bloques deben exponer elementos semejantes entre sí, de modo que un bloque introduzca al otro de manera natural.  

Si hay una discontinuidad lógica entre dos párrafos, hay que “suavizar” la transición entre ellos mediante un párrafo que sirva de nexo, es decir, que establezca una conexión lógica entre ambos.  

Luego, arribamos a la conclusión.  

El lector recuerda más lo que está al final del texto. Por eso, hay que esmerarse mucho en dejar una impresión perdurable en el lector. 

La conclusión debe ser una continuación lógica y natural, no forzada, de todo el  desarrollo anterior. Cuando lleguemos a este punto, debemos verificar y volver a verificar que las inquietudes despertadas en la entrada se hayan respondido. Si no lo fueron, debemos adecuar las conclusiones, ampliar el desarrollo o modificar la entrada. También puede ocurrir que no sea necesaria una conclusión como tal, sino que la exposición misma de los argumentos responda a esa pregunta inicial.  

Así pues, el ensayo es una respuesta a una pregunta que él mismo plantea. Lo menos que se puede esperar es que sea lógico, respondiendo a la pregunta que le dio origen. 

Muchos textos terminan aquí, con la conclusión o recapitulación. Algunos tienen una parte más: una salida que deje sembrada una nueva pregunta en el lector, que apunte hacia nuevos trabajos o ideas, o que lo inviten a la acción para que aplique lo leído.  

IV. Revisión y reescritura. 

Lo primero es escribir. Lo segundo es depurar el texto. 

Es casi imposible que un texto quede listo “a la primera”. Normalmente hay que revisarlo: el autor debe releer el texto como si fuera lector. Luego lo corrige transformándose en escritor,  luego pasa a ser nuevamente lector, etc. 

Así, se pueden escribir varias versiones. En ocasiones, se rescriben algunas partes (o todas), se hace cambios, ampliaciones, supresiones, etc. Hay que tener el valor de borrar fragmentos que parecían adecuados al principio pero que ahora ya no lo son.  

Lo escrito nos transforma: no siempre es lo que pensamos escribir, sino que fue cobrando su propia vida mientras lo redactábamos y corregíamos. 

Paradójicamente, los textos que escribimos también nos escriben a nosotros, nos transforman. Somos otros tras escribir: el proceso nos cambia y nos hace crecer. 

Finalmente, la última palabra no la dice quien escribe, sino quien lee o escucha el texto.

 

Es cuanto.


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