Federico Reyes-Heroles ®
¿De dónde viene su fuerza? ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, con cientos de satélites rondando el planeta y el telescopio Hubble husmeando en nuestras galaxias vecinas, sean tan populares? La incógnita nos remite, por lo menos, a las sombras de La Caverna de Platón, a los ídolos de Sir Francis Bacon, a la creciente conciencia hegeliana y, por supuesto, a Karl Marx. Ideologías es el concepto moderno para aludir a esas doncellas cuyos poderosos encantos nublan la mente. No son principios que ayuden a regir nuestras vidas. Tampoco creencias que, con frecuencia, penetran en territorios insondables para la ciencia. No, las ideologías son más elaboradas y a veces más peligrosas.
A decir de Bobbio hay dos tipos: las suaves y las duras. Las primeras son las que utilizan los partidos políticos, también los movimientos sociales para explicar al mundo. Son "ideas de vida" que construyen una explicación de lo terrenal. Las ideologías suaves no pretenden el engaño aunque con frecuencia engañan pues sus afirmaciones no tienen sustento. Al contrario buscan casar con la realidad. Las peligrosas son las duras. Se trata de edificaciones conceptuales tan elaboradas y repletas de mitos, que auténticamente separan a quien las sigue de la realidad. Es la versión de la falsa conciencia hegeliano-marxista que recibiría amplia discusión en Luckacs y Mannheim entre otros. Durante décadas se pensó que entre más informada y educada es una clientela política o una grey, más difícil sería que las ideologías duras tuvieran éxito y condujeran a las masas al engaño. Eso llevó a autores notables como Daniel Bell, Seymour Martin Lipset entre otros, a hablar, por allá de los años cincuenta del siglo pasado, de la decadencia de las ideologías, de su fin.
Pero hoy todo indica que las ideologías duras son más feroces de lo que nos lo imaginábamos: de la Alemania educada que optó por el nazismo a Haider en Austria. Los nacionalismos, de cualquier signo, igual el de los albaneses o los macedonios, que el de los Shas o los jeques recurren una y otra vez a reformulaciones ideológicas. El discurso soviético se renovó incansablemente con planteamientos insostenibles. Un tercio de la población mundial vivió gobernada por una ideología que postulaba la desaparición del Estado, desaparición forzosa e inevitable que nunca tuvo, en todo el planeta, ninguna correspondencia con la realidad. Así de poderosas son. La revolución mexicana, convertida en ideología, mezcló lo blando y duro a la vez. Por ejemplo, la movilidad social era real no así el avance hacia la justicia. Nadie está a salvo.
Todo esto creo que viene al caso porque verdaderamente no logro salir de mi asombro de la popularidad de una nueva ideología dura que podríamos denominar, tentativamente, de los edenistas. Se trata de una fatídica mezcla o coctel. La base es un campesinismo revivido al cual se le agrega una buena porción de indigenismo romántico y, por supuesto, faltaba más, bastante antiglobalización. La pócima es explosiva y provoca efectos de verdad alucinantes. Los campesinistas postulan que lo mejor que le puede ocurrir a un campesino es seguir siendo campesino. Se trata de un mito fundacional, como lo ha mostrado Andre Reszler, muy popular. Se parte de la idea de una aldea original que es lo más cercano al Edén. Allí la autoproducción domina, no hay intermediarios y, algo muy importante, no hay Estado. El análisis de las revoluciones campesinas, Moore, Skocpol, etcétera, muestra cómo el Estado es una figura indigerible en la concepción del rescate del Edén.
Los defensores del campesinismo, normalmente asentados en las ciudades y usuarios de hospitales, vehículos y computadoras, están gobernados por una visión bucólica. Los campesinos eran más felices antes. Conclusión: hay que regresar. El pequeño detalle que no pueden explicar es por qué durante los siglos XVIII, XIX, XX y XXI miles de millones de campesinos han migrado y migran todos los días hacia las ciudades en busca de nuevos horizontes para ellos y sus hijos. Las civilizaciones urbanas que hoy vemos y que han alcanzado niveles de bienestar notables, surgieron de este fenómeno. Con las asombrosas técnicas actuales la producción agrícola se puede incrementar exponencialmente con muchos menos brazos involucrados en esa actividad. A la inversa, el asunto está complicado: no existen sociedades que eleven sus niveles de ingreso regresando al trabajo agrícola a su población.
El segundo ingrediente de esta pócima de ideología dura es una santificación de las culturas originales indígenas. De nuevo el Edén. Por supuesto que hay en ellas cosmovisiones de las cuales podemos aprender y en ese sentido la supervivencia de una diversidad cultural es muy importante e incontrolable. Pero también tenemos que admitir que, con frecuencia, el peso de lo comunitario se convierte en un elemento opresor del individuo; que la igualdad de género no está en sus prioridades; que sus formas de producción, probablemente inofensivas hace 500 años, hoy depredan y no apuntalan el mantenimiento de sus familias; que las altas tasas de fecundidad, a veces dos y medio veces la nacional, complican su supervivencia y que el predominio de la medicina tradicional sin el complemento de la medicina moderna no ha sido suficiente para evitar la alta mortalidad infantil y materna. La bajísima esperanza de vida de esas poblaciones es un dato que no debemos sacar de la mente.
El
tercer ingrediente muy de moda, la globalización como el gran pandemonio, simplemente no
los ha tocado. Hablan como si estuvieran en el Edén. Si se tratase de obreros de cuello
azul en empresas pequeñas y medianas tendrían de qué preocuparse, pero no es el caso.
La globalización polariza, es cierto, pero los datos se imponen. Las naciones que más
beneficios han sacado de este proceso han sido aquellas con una industrialización débil
que en ocasiones han hasta cuadriplicado su participación en el comercio internacional,
mientras que los grandes sólo lo han duplicado en los últimos 25 años.
Recientemente he escuchado a personas cercanas al EZ, muy preparadas pero mordidas por esta nueva ideología dura, el edenismo, afirmar que el zapatismo es lo mejor que tiene la humanidad o que los miserables indígenas de nuestras naciones son más felices que el resto de la sociedad. Sin comentarios. Karl Popper propuso como uno de los métodos para el avance de un pensamiento moderno, señalar implacablemente lo falso. Se llama teoría de la falsabilidad. Sólo así, advertía, podemos alejarnos de las ideologías. Esperemos que el miércoles dé inicio un diálogo verdadero, estoy escéptico, pero lo que no podremos dejar de señalar son las falsedades del edenismo. Ese tipo de engaños sistematizados no conducen nunca a buen puerto.
Tomado del periódico Reforma
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