Jesús Silva-Herzog Márquez ®
"Se puede decir que ninguna teoría ha resuelto completamente el problema del autoengaño, que,
a
mi parecer, es la prueba fundamental que tiene que pasar toda teoría de la naturaleza
humana
-
Jon Elster
El atractivo del autoengaño es su diferencia de la ignorancia. Es sabido que vamos por el mundo ignorando muchas cosas. Olvido esa piedra con la que vuelvo a tropezar, no tengo vista para detectar el microbio que me enferma, desconozco lo que significa algún ruido del coche, no tengo idea de cómo se arregla esa fuga de agua. El autoengaño también se distingue del error: creo que la gasolina me alcanza para llegar a Acapulco, pensaba que mi chiste le resultaría gracioso, creía que el colesterol era malo para la salud.
Pero
el autoengaño es una cosa bien distinta: es desconocimiento voluntario, es una
disposición a ignorar lo inconveniente, ganas de pasar por alto lo indeseable, voluntad
de rechazar lo sabido. He visto el semáforo y de inmediato he negado el informe del ojo.
No había árbol que obstruyera mi visión, no padezco daltonismo, no estaba distraído
viendo al espejo: me percaté de la luz roja pero decidí ignorarla, convenciéndome que
jamás la vi. Aceleré. Será humano hacerse ilusiones pero en política hay un particular
propensión al autoengaño. La historia muestra que las ideas y las acciones políticas
tienen una extraordinaria capacidad de resistir la experiencia, para ignorar
conscientemente lo que se sabe, para pasar por alto las advertencias de la realidad.
Hoy
presenciamos una clarísima demostración de los inmensos atractivos del autoengaño con
una de las medidas políticas más importantes del nuevo gobierno: la exhumación de la
iniciativa de la Cocopa en materia de derechos de los pueblos indígenas. Vicente Fox ha
hecho suya la empolvada iniciativa de la Comisión, ignorando las muchas y fundadas
objeciones que se le han hecho. Poco importa en la exhibición de buena voluntad que la
iniciativa sea técnicamente insostenible, que el propio partido del Presidente la haya
rechazado con sólidas razones. Si se tiene prisa, bien vale hacer como que no se ha visto
el semáforo y pisar el acelerador.
Arturo
Warman ha analizado puntualmente las torpezas de los redactores de esta iniciativa y las
implicaciones de varios de sus enunciados en un artículo publicado en La crónica del
pasado 12 de diciembre. Se exhibe, por ejemplo, no solamente la vaguedad sino la
insensatez de la definición de los pueblos indígenas. Según la Cocopa la Constitución
debe incluir la siguiente definición: "La Nación Mexicana tiene una composición
pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas, que son aquellos que
descienden de poblaciones que habitaban en el país al iniciarse la colonización y antes
de que se establecieran las fronteras de los Estados Unidos Mexicanos, y que cualquiera
que sea su situación jurídica, conservan sus propias instituciones sociales,
económicas, culturales o políticas, o parte de ellas. Los pueblos indígenas tienen el
derecho a la libre determinación y, como expresión de ésta, a la autonomía como parte
del Estado mexicano". La fórmula es vaga y atractiva: habla de tradiciones
ancestrales y nos remonta al paisaje previo a la Conquista. Pero la ambigüedad de esta
disposición es tal que, si seguimos rigurosamente la letra de esta propuesta, debemos
entender que los indios de Arizona formarían parte del Estado mexicano porque descienden
de poblaciones que habitaban en el país al iniciarse la colonización y antes de que se
establecieran las fronteras de México. Eso lo sabe el gobierno de Vicente Fox y ha
decidido ignorarlo.
Buscando
institucionalizar plenamente el derecho indígena se propone que los pueblos indígenas
apliquen sus normas, obligando a las autoridades jurisdiccionales del Estado a
convalidarlas. Pocos se opondrán a los objetivos de esta disposición: validar reglas y
procedimientos de las comunidades indígenas. Pero la redacción de la Cocopa no ayuda a
regular coherentemente este objetivo. Al establecer que las autoridades jurisdiccionales
del Estado deberán convalidar mecánicamente las decisiones de las comunidades
indígenas, impone a los poderes constitucionales una obligación que rompe su autonomía
y vulnera la esfera de sus competencias. Si se pretende encuadrar la normativa indígena
dentro del marco constitucional mexicano, no puede exigirse que los tribunales u otras
autoridades simple y automáticamente convaliden lo que han decidido los órganos
indígenas. Eso lo sabe el gobierno de Vicente Fox y ha decidido ignorarlo.
Muchas otras deficiencias tiene la iniciativa pero termino con otra perla detectada por Warman. De acuerdo con la propuesta de Fox, la Constitución debe incluir este texto: "Las autoridades educativas federales, estatales y municipales, en consulta con los pueblos indígenas, definirán y desarrollarán programas educativos de contenido regional, en los que reconocerán su herencia cultural". Bonito propósito; desastrosa redacción. Lea usted nuevamente lo que dice la iniciativa. En efecto: lo que se propone reconocer constitucionalmente es la herencia cultural... ¡de las autoridades! No de los indígenas. Ese es el grado de descuido de esa iniciativa que Fox ha hecho suya. Que el gobierno de Vicente Fox resucite la vieja iniciativa no representa el surgimiento involuntario del error: expresa el triunfo del autoengaño. Digo esto porque las autoridades políticas de la nueva administración conocen bien las deficiencias de esta propuesta. El actual secretario de Gobernación describió en marzo de 1998 a la iniciativa de la Cocopa como una posición extrema de la que habría que alejarse para encontrar una solución razonable y moderada al conflicto chiapaneco. Pero hoy se cierran los ojos ante estas deficiencias. El gobierno federal, más que engañarnos, se engaña a sí mismo cuando hace suya esta iniciativa. Pero el autoengaño es siempre funesto, advierte Clément Rosset: esquivar la realidad es un disparate porque lo real siempre tiene la razón.
Tomado del periódico Reforma
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