¡ALERTA!

Terry McCarthy ®

 

14 de marzo, 2001

Actualizado: 5:03 PM hora de Nueva York (2203 GMT)

SANTEE (TIME) -- La semana pasada la policía arrestó a Andy Williams, un adolescente de 15 años, por disparar contra sus compañeros de escuela en la localidad de Santee, en el estado de California. Linda Williams, su perturbada madre, solamente hizo un único comentario a los medios de comunicación: "Está perdido. Ya no tiene ningún futuro". Aún antes del tiroteo, ningún adulto en la vida de Andy pareció haberse tomado en serio la tarea de cuidar de ese futuro. Charles Andrew Williams ya era desde tiempo atrás un adolescente perdido, a la deriva en un paisaje suburbano fallido y anónimo, buscando ser aceptado socialmente. En su lugar, solamente se topó una y otra vez con el rechazo.

Abandonado por su madre y descuidado por su padre, sus compañeros de escuela se ensañaban con él. Sufría las burlas hasta de sus propios amigos, los cuales bien pudieron haberlo incitado a la masacre. Uno de sus conocidos declaró a TIME que antes del ataque había oído a uno de los amigos íntimos de Williams jactándose de que Andy había tomado una de las armas de su padre y que la tenía oculta en los matorrales de un parque que frecuentaban. Una semana antes del tiroteo, Williams hablaba de "hacer otra masacre como la de Columbine" en la escuela secundaria Santana. En respuesta, dos amigos lo llamaron "marica" y lo desafiaron a que cumpliera con su palabra.

Pero el lunes por la mañana otros de sus amigos estaban lo suficientemente preocupados como para palparlo en busca de armas en cuanto entró a la escuela. (Luego, un amigo especuló que Andy tenía el arma oculta en la ingle). Sin embargo, nadie dijo nada a las autoridades escolares. Ese lunes, a las 9:20 de la mañana, Williams entró al baño. Ahí sacó un revólver calibre .22 de su mochila amarilla y comenzó a disparar, primero dentro del baño y luego hacia uno de los patios. Inicialmente, varios de los estudiantes pensaron que se trataba de fuegos artificiales y se acercaron al lugar de donde provenían los disparos, hasta que vieron caer heridos a sus compañeros.

La policía de Santee respondió rápidamente a las primeras llamadas de emergencia y acorraló a Williams en el baño. Para entonces, ya había vuelto a cargar su arma y se encontraba listo para seguir disparando. Durante los seis minutos que duraron los disparos, Williams se había cobrado dos víctimas, Bryan Zuckor, de 14 años, y Randy Gordon, de 17, y otros 13 heridos. Había terminado así el peor tiroteo escolar en Estados Unidos desde la masacre de Columbine, ocurrida hace dos años.

La semana pasada, la población de Santee llevó a cabo el sepelio de los dos niños muertos mientras que padres, maestros y asesores intentaban entender cómo Andy, un niño de rostro inocente, pudo convertirse en un pistolero drogado y de sonrisa torva, una transformación que terminaría trastocando sus vidas para siempre. Poco a poco Santee comenzó a descubrir cosas acerca de sí misma que hubiera preferido no haber desenterrado nunca.

En efecto, a pesar de tener calles llamadas Peaceful Court y Carefree Drive (Patio sereno y Paseo sin preocupaciones), Santee dista de ser el pacífico e idílico suburbio que los adultos pensaban que era. "Hay mucho odio aquí", dice Gentry Robler, de 16 años y alumno de segundo año de la escuela secundaria Santana. Gentry se apura a describir las camarillas de la escuela: los "góticos", los "raros", los "bobos", los deportistas, los gangsters mexicanos y los supremacistas blancos. "En esta escuela esto podía ocurrir en cualquier momento". ¿Pero quién podía haber imaginado que ocurriría a manos de este alumno frágil, tímido, de grandes orejas y que portaba un pendiente con la inscripción "RATON"?

Williams había llegado a California hace 15 meses, procedente de una aldea rural en Maryland. Tras una breve permanencia en la localidad de Twentynine Palms, su padre obtuvo un empleo como técnico de laboratorio en el Centro Médico Naval de Balboa Park. Así, ambos se mudaron a Santee, de 58.000 habitantes. Los niños de ahí, más grandes y maliciosos, de inmediato hicieron de Williams el centro de sus encarnizadas bromas.

Laura Kennamer, una amiga de Andy, comentó acerca de los adolescentes que prendían encendedores para luego ponerle contra la piel del cuello el metal caliente. "Pasaban junto a él y lo aporreaban simplemente porque sí. Y él no hacía nada", recuerda. Jennifer Chandler, alumna de primer año, también presenció los mismos tormentos: "Eran malos con él. Y él internalizaba su rabia, se amilanaba".

La vida en casa no era mucho mejor. Sus padres se divorciaron cuando él tenía cinco años, y desde entonces en raras ocasiones veía a su mamá. Vivía con su padre, Jeff, en un húmedo departamento de un complejo de 67 unidades, a menos de 2 kilómetros de la escuela. Varios amigos dicen que, al invitarlo a sus casas, Williams acostumbraba a llamar "mami" a sus madres.

Adrianna Aceven, compañera de primer año y una de las pocas amistades que conoció el hogar de Williams, dijo que el padre de éste se mantenía distante. Se ponía a trabajar en su computadora y quedaba absorto en cuanto su hijo entraba con amigos. Los fines de semana, el padre se arrellanaba en el piso para beber cerveza y ver la televisión. Shaun Turk, de 15 años, recuerda: "Nunca lo vi ir a ninguna parte con su papá. Le pedía por teléfono que pasara a buscarlo porque estaba lloviendo. Pero se podían escuchar los gritos desde el auricular: ‘¡Vuelve a casa como puedas!’".

Así, Williams buscó un lugar donde fuera aceptado. Terminó con un grupo de golfos que fumaban marihuana y montaban sus patinetas en el parque Woodglen Vista, muy cerca de la escuela. "Cuando conocí a Andy, me pareció un buen chico cristiano de Maryland", dice Aceven. "Pero comenzó a llevarse con otro tipo de gente, metiéndose en líos, faltando a la escuela y actuando de forma extraña".

Aceven llamaba "Los Grommits" a estos nuevos amigos, aunque ni ella sabe el sentido de ese nombre. El grupo se reunía en las mesas que hay tras los baños del parque, fumando marihuana y bebiendo tequila que robaban del supermercado vecino. En una de las mesas pintaron una hoja de marihuana. Williams cayó en un mundo de adolescentes difíciles, donde la masacre de Columbine es una leyenda y fumar yerba especialmente fuerte es cosa de todos los días, y que faltar a la escuela y codearse con miembros del grupo supremacista Hermandad Aria no es nada del otro mundo.

El ambiente en el complejo de departamentos cercano al parque es disoluto. Padres solteros atiborran enormes ceniceros con colillas, mientras se muestran indiferentes a sus hijas adolescentes que hablan con periodistas de sus experiencias con alucinógenos, o hijos que a sus 15 años alardean de congestiones alcohólicas que por poco los dejan en coma. Por las noches, jóvenes drogados deambulan por los edificios, gritando y golpeando ventanas como demonios. Antes de Navidad el municipio se quedó sin fondos para pagar a los vigilantes en los edificios. Según algunos residentes, la policía le teme tanto al lugar que a veces ni siquiera responden a las llamadas de emergencia.

Fue aquí donde Williams conoció a Josh Stevens, quien vive con su madre Karen y el novio de ésta, Chris Reynolds, de 29 años. Williams y Stevens se hicieron inseparables en poco tiempo, con Stevens como cabecilla. "Andy lo seguía" cuenta Dawn Hemming, una peinadora de 31 años. "Josh lo manipulaba porque Andy quería ser aceptado".

En tal ambiente, en cierto sentido lo logró. Andy salió con varias chicas y sostuvo durante una semana una relación con Ashlee Allsopp, de 12 años. Ella, por su parte, había escrito "Amo a Andy" en sus zapatillas. Iba al parque a verlo: "Nos sentábamos a fumar marihuana: pipas de agua, cigarrillos. El fumaba lo que fuera". Pero las burlas continuaron, y a veces provenían de sus propios amigos. "Me divertí a costa de él, y ahora me arrepiento", dice John Fields, quien abandonó el secundario a principios del año escolar por vagancia y ahora forma parte de la pandilla del parque.

Seis días antes de la matanza, Andy envió un mensaje por correo electrónico a Kathleen Seek, de 15 años, quien había sido su novia en Maryland. Le decía que no quería ir a la escuela ese día por temor a los maltratos de sus compañeros. En realidad, casi nadie podía entender lo que pasaba por la mente atormentada de este adolescente. "Nunca hablaba de sus problemas. Los mantenía adentro. Quizá eso le quemó algún cable", dice Analisha Welbaum, de 14 años y alumna de primer año del secundario.

Stevens cree saber cuál fue el detonante: "Lo empujaron al límite. Escuchen la canción "In the End", la canción ocho del CD Linkin Parks. Es la que inspiró a Andy". Este híbrido de hip-hop y heavy metal es un grito de angustia alienada: "In spite of the way you were mocking me/ Acting like I was part of your property/ Remembering all the times you fought with me/ I’m surprised it got so far ..." (A pesar de tus burlas/Actuando como si fuera tu propiedad/Recuerdo las veces que peleaste conmigo/y me sorprende que llegaras tan lejos…).

Por lo visto, Williams quiso acabar de una vez por todas con las provocaciones. Antes de Navidad confió a Stevens su plan de tomar la pistola que su padre guardaba en un gabinete. "Andy tomó la llave mientras su papá dormía", recuerda Stevens. Sin embargo, no está claro si el padre de Williams se dio cuenta de la extracción del arma, una Arminius calibre .22 de ocho balas y cañón largo. Para Williams, hablar de su plan fue quizá tan importante como realizarlo, ya que con eso logró hacerse oír y que lo tomaran en serio.

La peluquera Hemming dice que hace un mes oyó decir a otros muchachos que Williams y Stevens planeaban un tiroteo en la escuela. "Dos días después encaré a Josh: ‘¿Qué diablos os traéis Andy y tú entre manos?’. Le dije que esto era cosa seria, y repuso que sólo era una broma. Pero le pedí que hablara con alguien, y me respondió: ‘Le diré al novio de mi mamá (Reynolds), y él hablará con Andy’". Hemmings dio su testimonio a la policía tras la masacre, y ahora lamenta haber dejado el asunto en manos de Chris Reynolds. "Pensé que por ser hombre sería un modelo para ellos". En retrospectiva, ahora se da cuenta: "No, al final se comportó como un adolescente más".

Reynolds dista de ser una figura popular entre los adultos de los departamentos donde habitaba Williams. En un ambiente donde tantos adolescentes ansían tener una figura paterna, Reynolds se limita a jugar el papel de hermano mayor, impresionando a jovencitos crédulos. Llevaba a Williams y Stevens a tirar al blanco con balas de pintura, y se hacían llamar el "Escuadrón del terror". El mismo Reynolds lo admite: "No siempre les di el mejor consejo".

El sábado antes de la matanza, Stevens estaba en su casa en compañía de Williams y otros amigos. Williams había estado callado durante la tarde, mientras él y otros adolescentes pasaban el tiempo alrededor de una fogata que encendieron en la entrada de una casa vecina. Según Stevens, "Estaba en su propio mundo, mirando al vacío". Más tarde, Williams deslizó algo acerca de su plan inspirado en Columbine. Reynolds oyó buena parte de la conversación: "Estuvieron en la sala toda la noche del sábado. Oí decir que iría a la escuela a matar gente. Me enteré hasta del último detalle. Le pregunté si hablaba en serio, y respondió que era una broma".

Stevens y Williams también hablaron de robar el automóvil de alguno de sus padres para ir a México en busca de una nueva vida. Otros provocaron a Williams: "Lo incitaban", recuerda Stevens. "Dos de ellos le dijeron: ‘Ya quiero ver si te fugas a México. Eres un marica. Nunca lo harás’. En realidad querían que lo hiciera".

En la mañana del lunes, Williams fumó marihuana con algunos amigos en un apartamento de Carefree Drive. Luego se reunió con Shaun Turk, John Fields y Mike Wolfe en un lugar de comida rápida frente a la escuela. Lo único desusado que se le oyó decir fue: "Debo irme en cuanto sean las 9:06". Turk dice: "Nunca nos vamos del lugar antes de las 9:15". Analisha Welbaum se topó con Andy de camino a la escuela, y recuerda que parecía "muy sereno, sin temblar o tartamudear". Minutos después caminaba por el patio de la escuela cuando oyó tiros. "Lo vi en el pasillo, a unos 30 metros de mí. Me miró a los ojos. Luego se volvió y siguió disparando".

Durante la semana pasada la policía poco dijo de sus investigaciones, en las que trató de saber qué sabían los amigos y conocidos de Williams antes de la matanza. Ha interrogado a muchos, incluyendo a Stevens y a Reynolds. Dice éste último: "Se habla de que soy yo el verdadero responsable. Yo puedo sentir culpa, pero otros lo sabían mucho antes que yo". Kristin Anton, fiscal de distrito a cargo del caso, dijo dos días después del tiroteo que no se levantarían cargos contra nadie más. Pero a fines de la semana pasada Reynolds y Stevens habían contratado ya a sus propios abogados criminales.

En el baño escolar ensangrentado y para indicar que no había otros disparando Williams gritó: "Estoy solo en esto". También lo estuvo al comparecer ante el tribunal dos días después de la masacre: ninguno de sus familiares estuvo presente. Su madre seguía en su casa en Carolina del Sur. Su padre dijo a los abogados que estaba demasiado alterado para aparecer ante los medios. Y añadió que "su presupuesto estaba demasiado ajustado" para financiar un abogado que defendiera a su hijo. Así, Andy estuvo solo en la corte, solemne y con rostro abotargado, representado por un abogado público. No dijo una palabra cuando el fiscal le leyó los cargos, que podrían resultar en 500 años de prisión.

Tomado de CNN en español


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